viernes, 23 de noviembre de 2012
Noviembre
la vida se hace a descosidos.
Me pareció una buena frase, como aquellas que se tallan en los árboles,
cuando llega el otoño y todo parece de color marrón.
Brillante.
Un poco arrugada entre el autobús de las siete y media
y el café de las once.
Pero, al fin y al cabo, un gran enunciado.
Capaz de resumir todo un viaje.
Suficiente para entender que nada es un dobladillo perfecto,
que la aguja se equivoca y salta a veces sin saber que está saltando.
O que se hace la loca, esa aguja maldita que nos hace respirar.
Era bonita la frase y hasta podía haber llenado todo mi mundo.
Y de hecho, lo ha colmado.
Siempre la he recordado mientras sueño o me enfado,
o amo o me aburro o sufro o me descompongo.
O recuerdo que no está sola esta oración entre mis muslos.
Que también hay otras.
Como la ciudad se sacude a vueltas de esquina.
O fui, soy, seré.
Pero ese sintagma.... preposicional.
A descosidos.
Me hace recordar que no soy perfecta.
Que tendré que sufrir, que no soportar el dolor.
Que ese momento, como tantos otros,
en el que no sabré si mis párpados esconden el día o la noche,
a lo mejor,
si es que todavía soy capaz de entenderlo,
me sellará. No como un epitafio.
Como un silencio.
Pérdidas
viernes, 6 de julio de 2012
Incertidumbre
domingo, 22 de abril de 2012
De sábados y goles
jueves, 19 de abril de 2012
Europa se muere
lunes, 16 de abril de 2012
Pesadillas
domingo, 15 de abril de 2012
Hay espacios que no llenan los vacíos.
Es lo lógico cuando el vacío es un puente
y la infinitud del tiempo, un triste vado en que caer.
Pero en las venas siempre corre el deseo
de cubrirlos, de sellarlos con fe, de atornillarlos.
Como si fueran rotos de un trozo de paño.
Como si ese trozo de paño pudiera ser traje,
o sábana o la última caricia que quedó en tu piel.
También se sueñan los espacios recorridos por los besos,
por las palabras no dichas, por aquellas
que sin dejar de decirse, se quedan dormidas
en el dolor hiriente de un combate verbal.
Una lucha de fonemas que va colmando el techo,
hasta quedarse colgada de un último espacio
que es incapaz de llenar el vacío que lo nutre.
Porque los vacíos, aquellos que nos hicieron nacer,
que nos riegan los ojos en las mañanas de octubre,
que nos harán morir, aunque con la lentitud
de la oquedad que les es suya, nunca, y digo nunca,
podrán ser espacios. Tan sólo están ahí para que el grito
no pueda salir tan fácilmente. Para que, a pesar nuestra,
sigamos creyendo que todo es posible.
Aunque la mentira de ser sea sólo eso.
sábado, 14 de abril de 2012
Un vestido rojo
viernes, 13 de abril de 2012
Aniversarios
miércoles, 11 de abril de 2012
Tres mil millones de avaricia
Dicen que son tres mil millones los que se van a recortar a la educación de este país. Tres mil millones que llueven sobre el mojado suelo de unos presupuestos que ya habían chispeado sobre las escuelas, las tizas y aquellos que las empuñan. Andaba yo explicando el 98 cuando recordé lo que aquellos antepasados nuestros decían hace casi más de un siglo y sobre todo a Don Miguel de Unamuno que, en una última lucidez, casi gritó el 12 de octubre del 36, en el acto de apertura del año académico, poco antes de ser destituido y arrestado: Es detestable esa avaricia espiritual que tienen los que sabiendo algo, no procuran la transmisión de esos conocimientos. Don Miguel, que gustaba mucho de la paradoja, se hubiera divertido en este tiempo en que vivimos. Un tiempo en el que es más importante servir alimento a la voracidad de los mercados que hacerlo a las mentes de los que nos sucederán. Seguramente si él y don Antonio e incluso el dubitativo Azorín o el individualista Pío, resucitaran en este siglo XXI, creerían que todo había sido un sueño y que
miércoles, 4 de abril de 2012
Momentos
domingo, 25 de marzo de 2012
¿Y ahora, qué?
sábado, 24 de marzo de 2012
Rutina y rutina y más rutina
Cuando te das cuenta de que el acto que acabas de hacer (limpiarte los dedos después de haber echado la sal en el arroz, dejando correr el grifo de agua fría para no quemarte) lo has hecho durante todos los días de tu vida en que has cocinado ese plato y quieres echar cuentas de cuantas paellas has preparado con los mismos ritos, el vértigo tiene que surgir. Y es peor cuando te paras a intentar calcular cuántas otras veces te quedan de hacer el mismo gesto. ¿Serán cincuenta o cien? ¿Quizás trescientas? La solución podría pasar por no volver a hacerlo: no volver a guisar arroz o guisarlo de otra forma, sin echar sal o echándola de otra manera, por ejemplo, desde un plato para que los dedos no tengan que mancharse y no haya que lavarlos bajo el grifo. No volver a hervir los macarrones y enfriarlos, no tener que picar la cebolla para el sofrito, no rellenar la cafetera cada noche para que al levantarse todo esté dispuesto para el desayuno. Si con eso, el destino dejara de ser la resta de los actos que te quedan, sería fácil. Pero la vida es muy cuca y sabe que aunque no repitieras esos mismos actos, habría otros y los sustitutos se erigirían en titulares en poco tiempo, con lo que el vértigo volvería a surgir.
Así que lo más prudente es seguir viviendo al filo del abismo aunque eso haga que a veces las piernas te tiemblen o sientas un pequeño mareo del que pronto te recuperas. Es más, la mayoría de la gente no piensa que tras la punta de nuestros zapatos existe un gran precipicio en el que se puede caer. Si alguien se lo comentara y de hecho hay gente que lo hace, amparada en las estrechas relaciones y el contexto, pensaría que esas ideas solo denotan una incipiente visita al psicólogo. Por eso, es mucho mejor no hacer a nadie partícipe de esa verdad universal.
domingo, 18 de marzo de 2012
El verbo ser tiene esas cosas.
A veces se abre a las vocales y se engrandece.
Otras se cierra, consonante a consonante y deviene.
Atragantándose, se hace espera uniéndose,
aunque despacio, a hacer y ver.
Se va tejiendo entre intermedios: volver,
poner, estar, sentir. Quizás andar.
Se deshace entre el pronombre y
alumbra gestar, nacer, poner, hace vainica;
junto a encontrar y hallar deviene en sueño.
¡Tanto ser para no ser! Para parecer nada,
Nada en la vocal. Nada en las consonantes.
A veces me pregunto,
(solo cuando estoy sentada en mi sofá y es invierno)
por qué el verbo ser tiene esas cosas.