viernes, 23 de noviembre de 2012

Noviembre

Un día escribí:
la vida se hace a descosidos.
Me pareció una buena frase, como aquellas que se tallan en los árboles,
cuando llega el otoño y todo parece de color marrón.
Brillante.
Un poco arrugada entre el autobús de las siete y media
y el café de las once.
Pero, al fin y al cabo, un gran enunciado.
Capaz de resumir todo un viaje.
Suficiente para entender que nada es un dobladillo perfecto,
que la aguja se equivoca y salta a veces sin saber que está saltando.
O que se hace la loca, esa aguja maldita que nos hace respirar.
Era bonita la frase y hasta podía haber llenado todo mi mundo.
Y de hecho, lo ha colmado.
Siempre la he recordado mientras sueño o me enfado,
o amo o me aburro o sufro o me descompongo.
O recuerdo que no está sola esta oración entre mis muslos.
Que también hay otras.
Como la ciudad se sacude a vueltas de esquina.
O fui, soy, seré.
Pero ese sintagma.... preposicional.
A descosidos.
Me hace recordar que no soy perfecta.
Que tendré que sufrir, que no soportar el dolor.
Que ese momento, como tantos otros,
en el que no sabré si mis párpados esconden el día o la noche,
a lo mejor,
si es que todavía soy capaz de entenderlo,
me sellará. No como un epitafio.
Como un silencio.




Pérdidas

Bueno, se ha ido. No hice copia de seguridad ni esas cosas que los informáticos te aconsejan que hagas.He perdido: un libro de poemas, dos o tres relatos, varios mensajes importantes y mi alma. Por eso, a partir de ahora, creo que usaré este blog que se balancea a través de algo que no comprendo, para rescatarme, tiempo después, entre millones y millones y millones de palabras escritas en español. Pondré mi nombre y lo encontraré. A mi espíritu,  a lo que sentía, a lo que pensaba a una hora determinada de un día determinado de un mes determinado de un año determinado. Y, seguramente, llegará un momento en el que yo ya no estaré pero alguien (un conocido, un hijo, un esposo, un nieto) jugará con mis siglas, por curiosidad, por aburrimiento, por resentimiento, o por todo o nada a la vez. Y aquí estará, en la red, mi poema. Mis poemas. O quizás nada.

viernes, 6 de julio de 2012

Incertidumbre


Cuando no se sabe qué va a pasar, todo es bastante excitante. La mayoría de las personas nos aburrimos con lo predecible. Si sabemos, por ejemplo, que todo es una balsa de aceite, que nos quieren, que no nos van a echar de ese trabajo al que odiamos, que la mañana siguiente va a ser como la de hoy, que compraremos cada semana lo mismo en el supermercado o que seguiremos con los ritos de toda la vida, pues… nos irritamos. La adrenalina no surge. Se queda paradita y nos invade una especie de desasosiego fruto de la calma, que nos hace ponernos de mal humor.
Pero cuando no sabemos qué va a ser de nuestra vida, vivimos. Es un poco una tontería. Por un lado, debe ser cierto eso de que, si no te sube la tensión, tu supervivencia está más asegurada, aunque sea un poco sosa, descafeinada, sin altibajos. Pero, por otro, cada pálpito de tu corazón que sea un algo descompasado y un algo fuera de lugar, hace que lo impredecible se convierta en una especie de rejuvenecimiento que, también, por supuesto, te lleva a sacarte de ti mismo. Aunque eso sí, el final de estas arritmias es un tanto indeciso. O te encumbra al éxtasis o te deja caer al precipicio. Vamos, que o te lleva a la UVI o al cielo, que, a lo mejor, son la misma cosa.
Todo esto viene a cuento de ciertas cosas que últimamente nos desvían del camino seguro. No sabemos qué puede pasar mañana. No solo con las dichosas bolsas, venga a subir y a bajar. No solo con qué será lo próximo que abandonemos en la cuneta con esta maldita crisis: la Sanidad universal y gratuita, la Educación para todos y sin reválidas, el cuidado de nuestros mayores, nuestro derecho a un techo bajo el que dormir… No solo es eso sino que nuestra vida entera se ha puesto patas arriba. Y no estamos muy seguros de que eso sea bueno o malo.
El acomodarse a lo predecible es placentero. Todo tiene su lugar, nada se inmuta. Nietos de los que lo pasaron mal, estábamos acostumbrados a no torcernos: pedir y encontrar, quedarnos sin trabajo y cobrar el paro; hallar el amor de nuestra vida y una boda de lujo con viaje a Punta Cana; ser padres y tener la seguridad de no tener que desvelarnos por los pañales, la guardería, el puesto escolar e incluso la plaza universitaria; envejecer y pasar los últimos años en un hotelito de Mallorca sin preocuparnos, porque, cuando llegara la hora, tendríamos alguien cuidándonos o una plaza en la unidad de una muerte digna; o quizás pasar de todo eso y seguir disfrutando, siendo distintos.
Pero ese anidamiento se ha terminado. Nos ha durado exactamente treinta años. Ahora, otra vez el desasosiego que sentían nuestros abuelos se ha adueñado de nosotros. Hoy nada está claro. Perdemos los empleos, nos bajan o nos quitan nuestros salarios,  nuestros hijos no podrán lograr lo que nosotros tuvimos, nuestra muerte será la triste muerte de siempre. Y a pesar de eso, sentimos que quizás sea el momento de volver a gritar, de perder el miedo, de requerir a aquellos que nos hicieron creer que no había que moverse para lograr un sueño. De salir a la calle porque estamos plenos de dudas y ya no nos creemos nada. Porque la incertidumbre nos hace libres aunque para ello tengamos que hacer tabla rasa con los que nos convirtieron en una gran mentira.

domingo, 22 de abril de 2012

De sábados y goles

El sábado a las ocho de la tarde se paró el país. Bueno, era sábado. Pero se notaba. En el supermercado, el personal llenaba los carros de cervezas (marca blanca) y alguna que otra botella de ron. Y patatas fritas y panchitos. No está la cosa como para ir al bar y tener que tomarse un par de copas para ver esas pantallas gigantes, sin saber, además, quién se te sentará al lado ni cómo te mirara si hay que celebrar un gol. Así que, a buscar una casa con posibles en la que los dueños todavía pudieran permitirse el lujo de pagar una televisión de pago. Y allí se fueron todos, los culés y los merengues. Estaba claro que a la mitad se les atragantaría la aceituna mientras a la otra mitad el sabor a anchoa se le convertiría en movimiento de cadera. Claro que también hubiera podido pasar que todo quedara en tablas. Seguramente primos, hermanos y amigos hubieran terminado hablando de fútbol y, de paso, poniéndose contentos cada cual con lo suyo. Pero no, ganaron aquellos que ya ni se acordaban de lo que era humillar al contrario y besar a la Cibeles. Y salieron a la calle, a celebrarlo, mientras los otros cerraban sus ventanas e intentaban dormir. El lunes será otra cosa: el que tenga trabajo, madrugará; el que no lo tenga y haya ganado, mirará el horizonte con una sonrisa; el que no lo tenga y esté todavía acordándose de aquella jugada que no pudo ser, se tapará la cabeza y soñará con un martes diferente al sábado en el que fue derrotado. Pero la única realidad será que todos, unos y otros, los vencedores y los vencidos, no tendrán más remedio que volver a una educación mermada, a una sanidad más cara, a unos cuantos Eres más, a alguna que otra subida del transporte público o del agua o la luz, a la tenaza de los mercados. Menos mal que, en la próxima manifestación, los que ganaron y los que perdieron habrán olvidado tanta tontería y gritarán. Y esta vez no será por machacar al rival blanco o azulgrana. Será porque no pueden más. Aunque los que han ganado la liga pensarán que a nadie le amarga un dulce y que, aunque el futuro sea un negro embudo, Cristiano marcó un gol. A los otros, siempre les quedará Messi.

jueves, 19 de abril de 2012

Europa se muere

La pobre Europa ha sido raptada una vez más. La verdad es que ya está más que acostumbrada. Ahora está vieja pero todavía tiene un aquel que conserva de sus años mozos. Ese prurito de intelectualidad que la hace sentirse superior al resto de las princesas raptadas por Zeus. Pero hoy parece que su secuestro va en serio y que ya no se la ama como antes. Y ella, en un último intento por sobrevivir, se ha despojado del vestido amplio bajo el que cobijaba la utopía de fronteras abiertas, moneda única y el boceto de un imperio igualable al que la mira desde más allá del océano. Se ha quedado desnuda pero Zeus ya no la quiere. Ama a otra o a otros. Y la pobre Europa se muere, con su sueño agarrado a los párpados, mientras el virus que la ha inundado se relame comiéndose sus entrañas. Este rapto es definitivo y los que vienen detrás de nosotros volverán a encontrarse con los límites de una túnica rasgada (una vez llamada Schenger) en los libros de geografía.

lunes, 16 de abril de 2012

Pesadillas

Tengo hasta pesadillas. Hace dos días fue con el Ministro Wert que se acercaba a mi cama despacito y me susurraba al oído, mientras sostenía sobre mi almohada unas tijeras de podar: "no te preocupes, solo son cuarenta" Y acto seguido, los cuarenta cuerpos apostados ante mí, se duplicaban e iban llenando el aula hasta arrinconarme ante la pizarra. Esta noche, Ana Mato, con ojos soñadores y vestida de azafata de congresos, en un verde pálido, me ha visitado, anunciándome que a partir de ahora si se me ocurre ir a la farmacia a por un medicamento con receta, deberé atenerme a las consecuencias. Esta vez no ha habido duplicaciones pero sí una especie de sentimiento de culpa insoportable por las veces en que me he puesto enferma y he osado hacer uso de la Seguridad Social. Así que, así no hay quien duerma tranquila. Una amiga mía, que no tiene pesadillas, me ha recomendado que deje de tener la absurda manía de leer periódicos y de ver informativos porque lo próximo, seguramente, será la aparición de madrugada del ministro de Economía o del mismísimo Rajoy, riñéndome por mi gasto de luz o de agua, por mi baja aportación a las arcas del Estado o por haber tenido la peregrina idea, quince años atrás, de haber firmado una hipoteca con un banco que no hizo los deberes y fue intervenido. Eso por no decir que la cosa siga complicándose y que mi habitación acoja a la Sra Merquel, esta en un azul añil, con un látigo en la mano para flagelarme por mi pecado de haber accedido a una beca en el extranjero o a una ayuda a la dependencia o a un uso de las tizas y las fotocopias indiscriminado. Y mira que, entre valeriana y valeriana, intento hacer las cuentas de lo que cada mes he destinado a la educación, a la sanidad, a las ayudas estatales a las grandes compañías de gas, de luz y de agua, a las comisiones de los bancos, a los sueldos de los políticos, a los viajes del Rey. Pero ni por esas. Por la noche veo vivos. Así no hay quien duerma.

domingo, 15 de abril de 2012

Hay espacios que no llenan los vacíos.

Es lo lógico cuando el vacío es un puente

y la infinitud del tiempo, un triste vado en que caer.

Pero en las venas siempre corre el deseo

de cubrirlos, de sellarlos con fe, de atornillarlos.

Como si fueran rotos de un trozo de paño.

Como si ese trozo de paño pudiera ser traje,

o sábana o la última caricia que quedó en tu piel.

También se sueñan los espacios recorridos por los besos,

por las palabras no dichas, por aquellas

que sin dejar de decirse, se quedan dormidas

en el dolor hiriente de un combate verbal.

Una lucha de fonemas que va colmando el techo,

hasta quedarse colgada de un último espacio

que es incapaz de llenar el vacío que lo nutre.

Porque los vacíos, aquellos que nos hicieron nacer,

que nos riegan los ojos en las mañanas de octubre,

que nos harán morir, aunque con la lentitud

de la oquedad que les es suya, nunca, y digo nunca,

podrán ser espacios. Tan sólo están ahí para que el grito

no pueda salir tan fácilmente. Para que, a pesar nuestra,

sigamos creyendo que todo es posible.

Aunque la mentira de ser sea sólo eso.

sábado, 14 de abril de 2012

Un vestido rojo

Hoy son dos aniversarios. De uno solo conozco las referencias de aquellos que eran niños, de los libros de historia, de las series de televisión. Del otro, lo sé todo. Porque estaba allí. Hace un año. Del primero, son ochenta y uno. Los dos son fundamentales en mi vida y los dos, caprichos del destino, se unieron en una hora. Sí, ya sé que el tiempo es una entelequia que nos sirve para entender el mundo. Estudié a Kant. Pero no deja de ser una pirueta de la suerte, que no tuviera más remedio que elegir un vestido rojo, el que más le gustaba, el que la había etiquetado, para que todos la recordáramos así. No debe ser fácil, cuando llega el túnel, esperar minutos para señalar una fecha. No debe ser fácil. Pero estoy segura de que ella lo hizo, esperó para decirnos: no pudieron ser las otras, la primera y la segunda, pero será la tercera.

viernes, 13 de abril de 2012

Aniversarios

Hoy es trece de abril. Se lo dice mi rostro al espejo retrovisor mientras conduzco. Voy despacio porque sé que este es uno de los días en que mejor ir en cuarta y que el de atrás, al que he visto a lo lejos y ahora se me pega hasta el punto de sentirme acosada, arree. Intento no ponerme nerviosa, dejarlo pasar y no sentir su ansiedad sobre mi nuca. Quisiera detenerlo y contarle. Mire usted, hay días en los que una no está para estos juegos de carretera, hoy, hace un año, estaba despidiéndome. Y aquel que me ha visto al final de la recta, lenta, mirando el paisaje, desesperante, me hubiera mirado como el que mira a un alienígena o quizás a aquel que fastidia un viernes preludio de dos días de soy yo el que mejor se lo pasa y me hubiera espetado: a quién le importa que hoy sea trece de abril y quieras pensar y sentir mientras tus manos agarran el volante, quítate del medio. Y tendría razón. Nadie debe ser un obstáculo por el simple hecho de celebrar un aniversario.

miércoles, 11 de abril de 2012

Tres mil millones de avaricia

Dicen que son tres mil millones los que se van a recortar a la educación de este país. Tres mil millones que llueven sobre el mojado suelo de unos presupuestos que ya habían chispeado sobre las escuelas, las tizas y aquellos que las empuñan. Andaba yo explicando el 98 cuando recordé lo que aquellos antepasados nuestros decían hace casi más de un siglo y sobre todo a Don Miguel de Unamuno que, en una última lucidez, casi gritó el 12 de octubre del 36, en el acto de apertura del año académico, poco antes de ser destituido y arrestado: Es detestable esa avaricia espiritual que tienen los que sabiendo algo, no procuran la transmisión de esos conocimientos. Don Miguel, que gustaba mucho de la paradoja, se hubiera divertido en este tiempo en que vivimos. Un tiempo en el que es más importante servir alimento a la voracidad de los mercados que hacerlo a las mentes de los que nos sucederán. Seguramente si él y don Antonio e incluso el dubitativo Azorín o el individualista Pío, resucitaran en este siglo XXI, creerían que todo había sido un sueño y que la España a la que abrían sus ojos de muertos era la misma que habían dejado al cerrarlos. Para ese viaje no se necesitaban alforjas, pensarían. Y no andarían descaminados. Más de setenta y cinco años después, las paredes han cambiado pero no los cimientos. Somos libres para votar, para expresarnos, para pensar; pero esa especie de poso arcaico y marrullero que nos ha llevado siempre a considerar la educación como un apéndice de todo lo demás, sigue en nuestros dirigentes como en el pasado. Pensar, como lo hacía el 98, que solo a través de la formación sería capaz España de salir de la desventura de ser un país abocado a lo precario y lo mediocre, no está en los planes de un Gobierno al que parece importarle más no ser moroso de esos entes virtuales que nos engordaron (para demandarnos ahora lo suyo y casi todo lo nuestro) que conservar lo que tanto trabajo nos ha costado construir. El problema no son los tres mil millones de avaricia que se encarnarán en el fin de la igualdad de oportunidades y de la atención a aquellos que más carencias tienen; el problema es que, si el pueblo no lo remedia, esto no es más que una astilla en un edificio que, seguro, caerá y nos arrastrará a todos a los tiempos remotos en los que don Miguel y todos sus compañeros de generación solo tenían el sueño de que algo en este país pudiera cambiar por medio de la educación. Esperemos que no vuelva a oírse nunca más el grito de Mueran los intelectuales, ¡Viva la muerte! porque quizás no queden Unamunos que puedan enfrentarse a él.

miércoles, 4 de abril de 2012

Momentos

Ayer el Ayuntamiento de Córdoba decidió abandonar en otras manos su Escuela Infantil y su Centro de mayores. Dicen que no hay dinero y que el poco que tenemos, no está para gastarlo en una correa de transmisión de futuros Fideles y Chés Guevaras. Que hay otras prioridades. Por ejemplo: otra semifinal de la Copa Davis o quizás alguna subvención que otra a los grupos cofrades. Al fin y al cabo, los niños y niñas del Guadalquivir (y sus viejos) tienen ya las calles para formarse y pasear, que todo el mundo se queja de todo. Que esas calles son lo que son, ya se sabe; pero, por supuesto, ese inconveniente no es culpa del actual Consistorio ni de las familias que pagan sus impuestos y dejan a sus hijos en guarderías rodeadas de árboles.
Hoy nos hemos enterado de que Córdoba es la ciudad andaluza a la que menos dinero destinan los Presupuestos del Estado, esos que usted y yo esperábamos entre la certeza de lo que se nos venía encima y la duda sobre si existirían de verdad. Debe ser, me he dicho yo entre croqueta y croqueta, que vivimos en la ciudad menos necesitada de ellos, ya que, como su objetivo no es crear empleo, para qué iban a esmerarse con una población que posee un honroso segundo puesto en el ranquing del desempleo andaluz (que no es lo mismo que decir en el del País Vasco)
Mañana seguramente tendremos noticias sobre el libro de instrucciones que ¿se regalará? a cada ciudadano de Córdoba, junto con su diario favorito, y que nos ilustrará sobre cómo hemos de vivir a partir de ahora para seguir siendo felices y continuar con el sentimiento de orgullo de lo que fuimos hace más de doce siglos. En él seguro que encontramos la letra del himno del Córdoba CF, alguna frase de Séneca, referencias a nuestro pasado histórico, espectaculares fotos de la Semana Santa y la Feria y un par de proclamas del Presidente de los empresarios explicando que no es que ellos no hayan sabido labrarnos un mejor futuro, es que entre tanto ir y venir a hoteles de lujo, tanta compra de apartamentos, chalés en la Sierra y coches de alta gama y tanto ocio que hay por aquí, no han tenido tiempo de convertirse en motores de la economía. Quizás regalen también un CD con el "Soy Córdobés" versionado por artistas reconocidos. Yo he pensado que, cuando lo tenga, voy a ponerlo debajo de mi almohada, a ver si se me pega algo, dejo de pensar en eso de los malos tiempos que le están cayendo a la lírica y me convierto en una parada presumida; parada, sí, pero convencida.

domingo, 25 de marzo de 2012

¿Y ahora, qué?

He sido buena. He buscado mi DNI, he cogido la papeleta verde y he llegado ante un señor que me ha preguntado si era verdad que Fernando Alonso había ganado su primera carrera desde hace mucho y si es que llovía. Después, ese mismo incrédulo señor me ha dicho: ¡vota!. Y he metido el sobre en la urna alegremente, con pensamientos encontrados, entre la importancia de mi elección y la de nuestro héroe automovilístico allí en Malasia. El señor se ha quedado satisfecho. ¿Será mi voto el que decidirá que alguien y no otro, se ocupe de mí durante los próximos cuatro años? ¿Si no hubiera ido, medio dormida por el cambio de hora, qué hubiera pasado? ¿cambiaría la historia? Después, un adolescente me ha pedido participar en la encuesta de pie de urna de Canal Sur y ha sonreído ante mi respuesta (¿por el significado de la misma?, ¿por "¡por fin alguien que contesta!"?) Luego, he vuelto a mi casa, casi sabiendo que nunca ocurre nada. Que lo que tenía que ocurrir ya es historia: la sensación de culpabilidad del ciudadano por la crisis; la feroz lucha que se viene encima, entre los que empiezan a vivir y los que estamos ya puestos en primera fila, por un puesto de trabajo; la casi seguridad de que los que vengan harán buenos a los que se van aunque estos hayan sido malos; el saber que esto es lo de siempre pero después de que Fernando Alonso se haya encontrado consigo mismo y se guste.... Tanto pensar por un votito de nada, me ha dado dolor de cabeza. Así que, mejor espero a que los cerezos del Valle de Jerte florezcan y a que el jueves haya dormido mejor, antes de decidir si coger el coche o quedarme en casa. No podría aguantar otra decisión con este vaivén en el tiempo.

sábado, 24 de marzo de 2012

Rutina y rutina y más rutina

Cuando te das cuenta de que el acto que acabas de hacer (limpiarte los dedos después de haber echado la sal en el arroz, dejando correr el grifo de agua fría para no quemarte) lo has hecho durante todos los días de tu vida en que has cocinado ese plato y quieres echar cuentas de cuantas paellas has preparado con los mismos ritos, el vértigo tiene que surgir. Y es peor cuando te paras a intentar calcular cuántas otras veces te quedan de hacer el mismo gesto. ¿Serán cincuenta o cien? ¿Quizás trescientas? La solución podría pasar por no volver a hacerlo: no volver a guisar arroz o guisarlo de otra forma, sin echar sal o echándola de otra manera, por ejemplo, desde un plato para que los dedos no tengan que mancharse y no haya que lavarlos bajo el grifo. No volver a hervir los macarrones y enfriarlos, no tener que picar la cebolla para el sofrito, no rellenar la cafetera cada noche para que al levantarse todo esté dispuesto para el desayuno. Si con eso, el destino dejara de ser la resta de los actos que te quedan, sería fácil. Pero la vida es muy cuca y sabe que aunque no repitieras esos mismos actos, habría otros y los sustitutos se erigirían en titulares en poco tiempo, con lo que el vértigo volvería a surgir.

Así que lo más prudente es seguir viviendo al filo del abismo aunque eso haga que a veces las piernas te tiemblen o sientas un pequeño mareo del que pronto te recuperas. Es más, la mayoría de la gente no piensa que tras la punta de nuestros zapatos existe un gran precipicio en el que se puede caer. Si alguien se lo comentara y de hecho hay gente que lo hace, amparada en las estrechas relaciones y el contexto, pensaría que esas ideas solo denotan una incipiente visita al psicólogo. Por eso, es mucho mejor no hacer a nadie partícipe de esa verdad universal.

domingo, 18 de marzo de 2012

El verbo ser tiene esas cosas.

A veces se abre a las vocales y se engrandece.

Otras se cierra, consonante a consonante y deviene.

Atragantándose, se hace espera uniéndose,

aunque despacio, a hacer y ver.

Se va tejiendo entre intermedios: volver,

poner, estar, sentir. Quizás andar.

Se deshace entre el pronombre y

alumbra gestar, nacer, poner, hace vainica;

junto a encontrar y hallar deviene en sueño.

¡Tanto ser para no ser! Para parecer nada,

Nada en la vocal. Nada en las consonantes.

A veces me pregunto,

(solo cuando estoy sentada en mi sofá y es invierno)

por qué el verbo ser tiene esas cosas.

Hola

Bueno, esto es un blog que pretende sustituir lo que siempre quise: publicar. Ya sé que no es raro. Ya sé que todos lo hacen. Ya sé que tampoco me va a leer nadie, como siempre. Pero, bueno, así podré tener mi lector ideal. Ese al que siempre decimos aunque no exista. Malva se fue de vacaciones un día, cuando empezó a sentirse mejor siendo otra cosa, cuando encontró su camino entre las posibilidades que le dio la vida. Pero ahora, quizás sea el momento de que Malva vuelva de su descanso y respire. No lo sé aún. Puede ser. Quizás. Y tal vez tú seas el espejo que devuelva su imagen. O no.