viernes, 7 de junio de 2013

Tempus fugit

Debajo de la cama solo barremos polvo.
Miento. Quizás recojamos algún recuerdo perdido.
Un cabello. Un trozo de piel. Un tequiero extraviado..
O un hilo de saliva salpicado de miedo.

Debajo de la cama escondemos misterios.
Nuestro ayer. Fotos en blanco y negro.
Algún que otro insomnio rasgado entre esas sábanas
que duelen cuando una tenue luz nos llega hasta el iris.

Los sábados hacemos limpieza. Pero llegan los lunes.
Y se sigue amontonando el poso de la vida,
debajo de la cama, allí donde habitan las entrañas
de nuestro ser. Allí donde todo permanece.

Hasta que un día, debajo de la cama,
todo se metamonfosee en polvo inerte.




sábado, 4 de mayo de 2013

Córdoba en mayo

Hoy la ciudad no se acuerda del hambre de mar.
Está hermosa. Acaso un tanto indolente mientras despierta al sol.
Recrea sus plazas con arcos iris y sus esquinas se recuerdan en los suspiros
de aquellos que las doblan antes de sucumbir a tanto despliegue de luz.
Podría darse cuenta de que solo es un momento esta resurrección.
De que llegará el silencio o quizás el grito de sus quicios y sus puertas acordándose del mar.
Maldito mar que siempre está en la lejanía.
Pero no está atenta y continúa en la ensoñación de pétalos y  colores.
Ajena a su vientre estéril. A sus pechos vacíos.
Los que la recorren no saben que sus calles, a veces,
cuando el cielo es oscuro y la lluvia besa sus adoquines,
están ahítas de mar.
De haber sido mar, de ser húmeda, de llegar a ser océano.









domingo, 28 de abril de 2013

Córdoba metamorfoseando sus esquinas

La ciudad está hoy un poco más adomercida.
Lloran los árboles. Y quizás alguna flor..
Los recuerdos se pasean tenuemente.
Algún transeúnte se mira en el cristal de un escaparate.
Pero no todos. Porque los escaparates no tienen espacio suficiente para tanta soledad.
Son cinco las rayas que todo el mundo pisa antes de detenerse.
Una es como una cenefa de acero que corroe el alma.
La segunda, un suspiro que llega desde el vientre hasta la tráquea, sin pararse.
La que hace tres se columpia ante la oficina de empleo y no quiere dejar de ser un balanceo.
Cuando llega la cuarta, ya no hay nada que hacer. Una colmena de trazos ilegibles ha llamado a la puerta
y no hay nadie para abrir.
La quinta ya no existe y el que deambula con el único fin de no pisarla,
cae en la trampa.
Sí, es una ciudad que no quiere recordar que estuvo despierta.
Que fue algo que no es hoy.
(Ahora las naranjas ensucian el suelo mientras los pies las esquivan)
Que fue un castillo artificial con toldos de colores y aspersores que olían a norte en pleno mes de julio.
En este momento, el que que deambula no sabe si habrá otra estación que perfumar.
 Sigue pensando que las rayas existen en la acera, y que será posible no pisarlas.
No sabe que es ya un ayer aunque sin haber todavía abonado un camposanto.
Se adormece, como la ciudad metarfoseada en lo que espera.






viernes, 22 de febrero de 2013

Insomnio

Mientras mi país se desmorona,
(y no quiero recordar que ya lo he leído)
yo sigo aquí.
Me hago la loca a veces.
Miro por el cristal y sé que están ahí.
Los gritos, los silencios, los desaires, esa especie de desprecio
que parece traer este siglo, paralelo a tantos otros.
Y mira por dónde, siguen siendo los mismos los que sostienen
la peana. Los mismos que la sustituyen por hilos.
Otra vez como una fotocopia de los que nos han hecho lo que somos.
Lo sé pero me da igual.
A veces pongo la punta de mi pie sobre el asfalto y digo que basta ya.
Pero otras muchas, busco el calor de la mesa camilla y no contesto el teléfono.
Pienso que soy única y que no tengo tiempo para andar con camisetas de colores,
luchando por no sé que cosa, para no llegar a ningún sitio. Tengo hijos.
Y una casa que puedo pagar.
No me han echado de un trabajo. Puedo permitirme un vestido en primavera.
Y recorrer un espacio mirando el cielo sin detener mi mente en qué comeré mañana.
Leo los diarios y me enfado.
Oigo la radio y a veces me estropea el día.
El telediario de la dos me llena de lágrimas de cuando en cuando.
Mi país se desmorona.
(Y, de verdad, no quiero recordar que ya lo he leído)
Yo sigo aquí.
Me hago la loca a veces.
Y otras, aquellas en las que la imagen en el espejo no me deja dormir,
me pregunto: y qué hago aquí.
¿Por qué no dejo de tener este frío que me inunda?


Enero


Los eneros tienen mala fama. Siempre llegan después del mes lleno de lágrima fácil y de reencuentros. Son casi los malditos del calendario. A partir de ellos, siempre se espera a la primavera, a la resurrección, a la huida hacia adelante. Ellos quedan entre dos aguas, como colgados, como el que no sabe si ir o venir, como el que no encuentra su nido y su historia y ni los busca. Claro que pueden presumir de algún que otro festejo. Un cumpleaños. Una boda imprevista. Una muerte prematura.
Pero siempre les ganan los febreros. Tan cortitos, tan volubles, que si un año 28, que si otro 29. Ellos, los eneros, son de otra casta. Con sus treinta y uno. Menos una semana que siempre le quitan los diciembres. tan voraces.
Ellos, los eneros, son famosos por las rebajas y por la vuelta al cole. Dos cosas que a nadie compensa de haber tenido que despedirse de tanto amor y comida copiosa, de tanta vuelta a casa y tanta despedida. De tanto esperar para que, luego, todo vuelva, en enero, a ser tan soso.
Entre los diciembres y los febreros, enero es un mes a olvidar.
Casi siempre.
No este enero.
No en este año.
Yo siempre recordaré este enero. Y les pido perdón por no haberlo hecho antes.
Si lo pienso, en los eneros casi siempre me ha pasado algo.
Algo ha cambiado. Algo se ha mudado de piel.
Hasta este blog ha cambiado este enero.