domingo, 15 de marzo de 2015

Pasar página

En  mi ventana, la de todos los días, la eterna,
llega el sol a mediodía y luego la noche la acuna en sombras hasta lo inerte.
A través de ella, creo ver, aunque a veces me hacen falta  gafas de sol,
cómo hay seres que no se miran y, alguna vez, un pájaro.
Ese pájaro llega todas las tardes y canta.
Y mi espacio se llena. Y estoy llena. No siento nada más allá de ese canto.
Y creo que eso es la vida.
Solo tener una ventana por la que mirar. O que se acerque sobre mis hombros.
O que me mezca.
Pero una tarde, de esas machadianas o juanramonianas, de esas amoratadas y violetas,
ya no me basta esa ventana.
He soñado que se rompía.
Mientras paseaba por el camino de los Pinos. Mientras recordaba que yo era una niña
y no tenía un espacio por el que mirar. Cuando esa ventana era lo que vendría. Y vino. Y lo amé.
Pero ahora no me basta.
A veces saco la calculadora y miro en internet para hacerme una idea de cuánto me queda.
Me duele la cabeza cuando lo hago mientras las sábanas regeneran su ser en otro boceto.
Y entonces escucho Radio Tres y sé que voy a mudarme de piel.
Again.






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