viernes, 22 de febrero de 2013

Insomnio

Mientras mi país se desmorona,
(y no quiero recordar que ya lo he leído)
yo sigo aquí.
Me hago la loca a veces.
Miro por el cristal y sé que están ahí.
Los gritos, los silencios, los desaires, esa especie de desprecio
que parece traer este siglo, paralelo a tantos otros.
Y mira por dónde, siguen siendo los mismos los que sostienen
la peana. Los mismos que la sustituyen por hilos.
Otra vez como una fotocopia de los que nos han hecho lo que somos.
Lo sé pero me da igual.
A veces pongo la punta de mi pie sobre el asfalto y digo que basta ya.
Pero otras muchas, busco el calor de la mesa camilla y no contesto el teléfono.
Pienso que soy única y que no tengo tiempo para andar con camisetas de colores,
luchando por no sé que cosa, para no llegar a ningún sitio. Tengo hijos.
Y una casa que puedo pagar.
No me han echado de un trabajo. Puedo permitirme un vestido en primavera.
Y recorrer un espacio mirando el cielo sin detener mi mente en qué comeré mañana.
Leo los diarios y me enfado.
Oigo la radio y a veces me estropea el día.
El telediario de la dos me llena de lágrimas de cuando en cuando.
Mi país se desmorona.
(Y, de verdad, no quiero recordar que ya lo he leído)
Yo sigo aquí.
Me hago la loca a veces.
Y otras, aquellas en las que la imagen en el espejo no me deja dormir,
me pregunto: y qué hago aquí.
¿Por qué no dejo de tener este frío que me inunda?


Enero


Los eneros tienen mala fama. Siempre llegan después del mes lleno de lágrima fácil y de reencuentros. Son casi los malditos del calendario. A partir de ellos, siempre se espera a la primavera, a la resurrección, a la huida hacia adelante. Ellos quedan entre dos aguas, como colgados, como el que no sabe si ir o venir, como el que no encuentra su nido y su historia y ni los busca. Claro que pueden presumir de algún que otro festejo. Un cumpleaños. Una boda imprevista. Una muerte prematura.
Pero siempre les ganan los febreros. Tan cortitos, tan volubles, que si un año 28, que si otro 29. Ellos, los eneros, son de otra casta. Con sus treinta y uno. Menos una semana que siempre le quitan los diciembres. tan voraces.
Ellos, los eneros, son famosos por las rebajas y por la vuelta al cole. Dos cosas que a nadie compensa de haber tenido que despedirse de tanto amor y comida copiosa, de tanta vuelta a casa y tanta despedida. De tanto esperar para que, luego, todo vuelva, en enero, a ser tan soso.
Entre los diciembres y los febreros, enero es un mes a olvidar.
Casi siempre.
No este enero.
No en este año.
Yo siempre recordaré este enero. Y les pido perdón por no haberlo hecho antes.
Si lo pienso, en los eneros casi siempre me ha pasado algo.
Algo ha cambiado. Algo se ha mudado de piel.
Hasta este blog ha cambiado este enero.