domingo, 25 de marzo de 2012

¿Y ahora, qué?

He sido buena. He buscado mi DNI, he cogido la papeleta verde y he llegado ante un señor que me ha preguntado si era verdad que Fernando Alonso había ganado su primera carrera desde hace mucho y si es que llovía. Después, ese mismo incrédulo señor me ha dicho: ¡vota!. Y he metido el sobre en la urna alegremente, con pensamientos encontrados, entre la importancia de mi elección y la de nuestro héroe automovilístico allí en Malasia. El señor se ha quedado satisfecho. ¿Será mi voto el que decidirá que alguien y no otro, se ocupe de mí durante los próximos cuatro años? ¿Si no hubiera ido, medio dormida por el cambio de hora, qué hubiera pasado? ¿cambiaría la historia? Después, un adolescente me ha pedido participar en la encuesta de pie de urna de Canal Sur y ha sonreído ante mi respuesta (¿por el significado de la misma?, ¿por "¡por fin alguien que contesta!"?) Luego, he vuelto a mi casa, casi sabiendo que nunca ocurre nada. Que lo que tenía que ocurrir ya es historia: la sensación de culpabilidad del ciudadano por la crisis; la feroz lucha que se viene encima, entre los que empiezan a vivir y los que estamos ya puestos en primera fila, por un puesto de trabajo; la casi seguridad de que los que vengan harán buenos a los que se van aunque estos hayan sido malos; el saber que esto es lo de siempre pero después de que Fernando Alonso se haya encontrado consigo mismo y se guste.... Tanto pensar por un votito de nada, me ha dado dolor de cabeza. Así que, mejor espero a que los cerezos del Valle de Jerte florezcan y a que el jueves haya dormido mejor, antes de decidir si coger el coche o quedarme en casa. No podría aguantar otra decisión con este vaivén en el tiempo.

sábado, 24 de marzo de 2012

Rutina y rutina y más rutina

Cuando te das cuenta de que el acto que acabas de hacer (limpiarte los dedos después de haber echado la sal en el arroz, dejando correr el grifo de agua fría para no quemarte) lo has hecho durante todos los días de tu vida en que has cocinado ese plato y quieres echar cuentas de cuantas paellas has preparado con los mismos ritos, el vértigo tiene que surgir. Y es peor cuando te paras a intentar calcular cuántas otras veces te quedan de hacer el mismo gesto. ¿Serán cincuenta o cien? ¿Quizás trescientas? La solución podría pasar por no volver a hacerlo: no volver a guisar arroz o guisarlo de otra forma, sin echar sal o echándola de otra manera, por ejemplo, desde un plato para que los dedos no tengan que mancharse y no haya que lavarlos bajo el grifo. No volver a hervir los macarrones y enfriarlos, no tener que picar la cebolla para el sofrito, no rellenar la cafetera cada noche para que al levantarse todo esté dispuesto para el desayuno. Si con eso, el destino dejara de ser la resta de los actos que te quedan, sería fácil. Pero la vida es muy cuca y sabe que aunque no repitieras esos mismos actos, habría otros y los sustitutos se erigirían en titulares en poco tiempo, con lo que el vértigo volvería a surgir.

Así que lo más prudente es seguir viviendo al filo del abismo aunque eso haga que a veces las piernas te tiemblen o sientas un pequeño mareo del que pronto te recuperas. Es más, la mayoría de la gente no piensa que tras la punta de nuestros zapatos existe un gran precipicio en el que se puede caer. Si alguien se lo comentara y de hecho hay gente que lo hace, amparada en las estrechas relaciones y el contexto, pensaría que esas ideas solo denotan una incipiente visita al psicólogo. Por eso, es mucho mejor no hacer a nadie partícipe de esa verdad universal.

domingo, 18 de marzo de 2012

El verbo ser tiene esas cosas.

A veces se abre a las vocales y se engrandece.

Otras se cierra, consonante a consonante y deviene.

Atragantándose, se hace espera uniéndose,

aunque despacio, a hacer y ver.

Se va tejiendo entre intermedios: volver,

poner, estar, sentir. Quizás andar.

Se deshace entre el pronombre y

alumbra gestar, nacer, poner, hace vainica;

junto a encontrar y hallar deviene en sueño.

¡Tanto ser para no ser! Para parecer nada,

Nada en la vocal. Nada en las consonantes.

A veces me pregunto,

(solo cuando estoy sentada en mi sofá y es invierno)

por qué el verbo ser tiene esas cosas.

Hola

Bueno, esto es un blog que pretende sustituir lo que siempre quise: publicar. Ya sé que no es raro. Ya sé que todos lo hacen. Ya sé que tampoco me va a leer nadie, como siempre. Pero, bueno, así podré tener mi lector ideal. Ese al que siempre decimos aunque no exista. Malva se fue de vacaciones un día, cuando empezó a sentirse mejor siendo otra cosa, cuando encontró su camino entre las posibilidades que le dio la vida. Pero ahora, quizás sea el momento de que Malva vuelva de su descanso y respire. No lo sé aún. Puede ser. Quizás. Y tal vez tú seas el espejo que devuelva su imagen. O no.