Hoy la ciudad no se acuerda del hambre de mar.
Está hermosa. Acaso un tanto indolente mientras despierta al sol.
Recrea sus plazas con arcos iris y sus esquinas se recuerdan en los suspiros
de aquellos que las doblan antes de sucumbir a tanto despliegue de luz.
Podría darse cuenta de que solo es un momento esta resurrección.
De que llegará el silencio o quizás el grito de sus quicios y sus puertas acordándose del mar.
Maldito mar que siempre está en la lejanía.
Pero no está atenta y continúa en la ensoñación de pétalos y colores.
Ajena a su vientre estéril. A sus pechos vacíos.
Los que la recorren no saben que sus calles, a veces,
cuando el cielo es oscuro y la lluvia besa sus adoquines,
están ahítas de mar.
De haber sido mar, de ser húmeda, de llegar a ser océano.