viernes, 20 de septiembre de 2019

Resarcimiento





Cuando recogí el primer plástico a la mañana siguiente de mi llegada, me estremecí. Una especie de nostalgia de tumbonas blancas con sombrillas azules me fue inundando mientras lo levantaba y posaba sobre la palma de mi mano. Me lo acerqué a los ojos. Tenía tonos azulados y lo que había sido un código de barras lo traspasaba simulando un cuadro vintage de esos que se ponen en los apartamentos de playa.

 - Pude ser yo la que lo tiré a la basura– me dije mientras mis rodillas protestaban sobre la arena – en algún día de aquellos en los que la amanecida fue muy corta y el atardecer demasiado largo.
 - O quizás fue la manta que arropó la última pizza que comimos juntos y que dejamos sobre las baldosas por la premura de la despedida – volví a susurrarme mientras recordaba nuestros veranos de pulserita aliñados con el roce de su piel salada.
Me puse las gafas de sol.
- ¿Te llamabas María, no? – preguntó la silueta que se contoneaba como una gacela tras de mí.
- María, sí.
- Ok, María, debes meterlo en el saco.
No quise dejarlo caer en la bolsa o no pude con tanto recuerdo atado a mi tobillo izquierdo.
En el horizonte de Playa Lambra el sol se iba meciendo sobre la línea azul añil del mar.
Volví a mirarlo mientras mis dedos comprendían que era el tributo que debía pagar a los que me sucedieran.
Lo dejé resbalar despacito, quedito, como una pluma que fuera capaz de purificar un mundo.
- Las mejores vacaciones de mi vida. El mejor atardecer. La mejor terapia. La mejor compensación.
La silueta dejó de mirarme, satisfecha, y siguió a lo suyo.