31 de mayo, 6 AM
- A ver… cargador, pasaporte,
billete, comida, que te la he puesto en esta bolsa que es muy práctica,
móvil, portátil… ¿has
metido en la maleta el otro cargador, el de la cámara?
- ¡No! ¿Y dónde está el documento ese
que me tenía que llevar, el de sanidad?
Sonríen cómplices, él acaricia su
hombro, se miran.
A través de la ventana de la cocina
se oyen voces. Cuando llegaron al piso
ya vieron que sería un problema tanta pared de corcho pero tener un tendedero
que se balanceara de ventana a ventana les pareció todo un lujo y no pensaron
en consecuencias.
- Te llamo en cuanto llegue a Madrid.
Y no te preocupes, que ya mismo estoy de vuelta.
- Es que eso del… ¿cómo se llama?, ¿blablablá?,
no me gusta ni un pelo. A saber con quién te subes.
- Pues con gente que también viaja,
abuela. Y que no quiere hacerlo sola.
Vuelven a sonreír cómplices. Ella
ahora le alisa el flequillo. Se deja. A saber.
Las voces han subido el tono, como
todos los sábados de amanecida. Ella preferiría no tener que oírlas. En
realidad, le gustaría mucho más escuchar pájaros pero los gorriones dejaron de
llegar al alfeizar de la ventana desde que ya no riega los geranios. La “muy”
del piso de abajo se quejó a la administradora y le mandaron una carta. Ya no
hay “pio píos” y sí mucho olor a
fritanga y Rosalía: “Malamente,
malamente, muy, muy mal, muy mal”
- ¿Dónde dices que vas, a Ucrania?
- Uganda, abuela, Uganda.
Se dan un abrazo algo descompensado
entre la muleta y los bultos que ella se empeña en ayudar a cargar hasta el
descansillo.
- Vuelve pronto, cariño.
No hay lágrimas para llenar el hueco
de la escalera.
31 de mayo, 11:30 AM
Cuando llega a “Salidas” de la T-4 del Aeropuerto Adolfo
Suárez nota el silencio y los rostros serios. No se pueden compartir sonrisas
cuando crecen las idas y venidas al baño o a las máquinas expendedoras de bebidas
para olvidar el mal trago. Solo
encuentra a una persona que no se ciñe a ese silogismo: un chico joven ríe a
carcajadas mientras se mira en la pantalla de un móvil, pero en realidad se han
cruzado, él hacia la puerta de embarque 71, el “rara avis” en sentido
contrario. Por un momento cree vislumbrar que lleva bajo el brazo “Rayuela”
Consigue conectarse a la wifi de Aena después de tres intentos y de haber
dado tres bocados a la tortilla de la abuela que le sabe a gloria después de
las seis horas de ayuno. La llama y cuando
cuelga, descubre que Ana no está operativa. Solo sale una raya y se pregunta, no
por ese orden, si seguirá enfadada, si habrá apagado el móvil para no saber o
si simplemente se le habrá acabado la batería.
En realidad no le ha dado tiempo a
pensar en la situación que deja atrás y además no ha querido hacerlo. Las tres
personas con las que ha compartido el coche hasta Madrid eran muy habladoras y
un tanto entrometidas. Ha intentado hacerse el dormido para no contestar al
interrogatorio fuera de lugar al que estaba siendo sometido desde que iniciaron el viaje pero al final ha tenido que sucumbir, escuchar y contestar a lo de siempre: es que
no hay trabajo, que son la generación más preparada y peor aprovechada de la
historia, que qué valiente es, que no hay derecho…
Cuando por fin han llegado al
aeropuerto no ha tenido más remedio que agregar sus contactos al Facebook. Que
subiera fotos, le dijeron antes de separarse para siempre.
31 de mayo, 12:15 PM
Decide no levantarse cuando nota el
bullicio de cuerpos amontonándose en la fila frente al mostrador. Sabe que
siempre lo intenta, esperar hasta el último momento y nunca lo consigue. Pero
hoy casi lo logra: hace cinco minutos que el bendito “en línea” ha aparecido
debajo del nombre de Ana y después ha perdido casi sesenta segundos en decidir
si llamarla o simplemente escribir ese mensaje al que tantas vueltas lleva
dando y que también se ha bifurcado entre escribir un escueto “lo siento” junto
a los íconos de siempre o compartir en la distancia todo aquello que no se
atrevió a decir la noche de antes. Al final la nostalgia del tono con que
pronuncia las “eses” ha hecho que prefiriera su voz aunque en el mismo momento
en que su dedo se desliza por la pantalla haya sabido que era un error del que
se arrepentirá en la soledad hacia la que está a punto de viajar.
Cree que ella se ha alegrado de
oírlo. Por lo menos no ha titubeado en las frases hechas ni ha reído quedamente
en las fórmulas manidas de disculpa que él se ha empeñado en hacer suyas. Luego
el “tengoquedejartehaempezadoelembarque” se ha deslizado sobre un “tequiero” y
lo ha engullido hasta desdibujarlo por completo.
Ahora sí se levanta. Otra vez más ha fracasado en su intento de ser el último de la fila. La señora tras la que se coloca comenta en voz alta
que ya hay retraso y que vaya tela con la compañía aérea con lo que cobran.
Tiene el pelo gris y va vestida con una blusa también gris y unas mallas
negras. Él asiente y ratifica: “a ver si no puedo coger el enlace”
Clotilde percibe la angustia de
Andrés y cree verse en sus ojos pero no está segura. Aún así le pregunta a dónde va
sin tener ninguna curiosidad por saber de dónde viene.
- Uganda
Cuando lo dice en voz alta comprende que su
abuela no quisiera decir el nombre, que Ana lo haya dejado y que quizás seguir
siendo el mismo al levantarse del asiento para hacer cola sea lo único que
podía haber hecho en esas circunstancias.
- ¿Vas a fotografiar gorilas?
- No, en realidad voy a buscar una
niebla.
Clotilde le alisa el flequillo. A
saber.