viernes, 20 de septiembre de 2019

Resarcimiento





Cuando recogí el primer plástico a la mañana siguiente de mi llegada, me estremecí. Una especie de nostalgia de tumbonas blancas con sombrillas azules me fue inundando mientras lo levantaba y posaba sobre la palma de mi mano. Me lo acerqué a los ojos. Tenía tonos azulados y lo que había sido un código de barras lo traspasaba simulando un cuadro vintage de esos que se ponen en los apartamentos de playa.

 - Pude ser yo la que lo tiré a la basura– me dije mientras mis rodillas protestaban sobre la arena – en algún día de aquellos en los que la amanecida fue muy corta y el atardecer demasiado largo.
 - O quizás fue la manta que arropó la última pizza que comimos juntos y que dejamos sobre las baldosas por la premura de la despedida – volví a susurrarme mientras recordaba nuestros veranos de pulserita aliñados con el roce de su piel salada.
Me puse las gafas de sol.
- ¿Te llamabas María, no? – preguntó la silueta que se contoneaba como una gacela tras de mí.
- María, sí.
- Ok, María, debes meterlo en el saco.
No quise dejarlo caer en la bolsa o no pude con tanto recuerdo atado a mi tobillo izquierdo.
En el horizonte de Playa Lambra el sol se iba meciendo sobre la línea azul añil del mar.
Volví a mirarlo mientras mis dedos comprendían que era el tributo que debía pagar a los que me sucedieran.
Lo dejé resbalar despacito, quedito, como una pluma que fuera capaz de purificar un mundo.
- Las mejores vacaciones de mi vida. El mejor atardecer. La mejor terapia. La mejor compensación.
La silueta dejó de mirarme, satisfecha, y siguió a lo suyo. 



martes, 16 de julio de 2019

DESPEDIDAS




31 de mayo, 6 AM
- A ver… cargador, pasaporte, billete, comida, que te la he puesto en esta bolsa que es muy práctica, móvil,  portátil…   ¿has metido en la maleta el otro cargador, el de la cámara?
- ¡No! ¿Y dónde está el documento ese que me tenía que llevar, el de sanidad?
Sonríen cómplices, él acaricia su hombro,  se miran.

A través de la ventana de la cocina se oyen voces.  Cuando llegaron al piso ya vieron que sería un problema tanta pared de corcho pero tener un tendedero que se balanceara de ventana a ventana les pareció todo un lujo y no pensaron en consecuencias.

- Te llamo en cuanto llegue a Madrid. Y no te preocupes, que ya mismo estoy de vuelta.
- Es que eso del… ¿cómo se llama?, ¿blablablá?, no me gusta ni un pelo. A saber con quién te subes.
- Pues con gente que también viaja, abuela. Y que no quiere hacerlo sola.
Vuelven a sonreír cómplices. Ella ahora le alisa el flequillo. Se deja. A saber.

Las voces han subido el tono, como todos los sábados de amanecida. Ella preferiría no tener que oírlas. En realidad, le gustaría mucho más escuchar pájaros pero los gorriones dejaron de llegar al alfeizar de la ventana desde que ya no riega los geranios. La “muy” del piso de abajo se quejó a la administradora y le mandaron una carta. Ya no hay “pio píos”  y sí mucho olor a fritanga y  Rosalía: “Malamente, malamente, muy, muy mal, muy mal”

- ¿Dónde dices que vas,  a Ucrania?
- Uganda, abuela, Uganda.
Se dan un abrazo algo descompensado entre la muleta y los bultos que ella se empeña en ayudar a cargar hasta el descansillo.
- Vuelve pronto, cariño.
No hay lágrimas para llenar el hueco de la escalera.

31 de mayo, 11:30  AM
Cuando llega a  “Salidas” de la T-4 del Aeropuerto Adolfo Suárez nota el silencio y los rostros serios. No se pueden compartir sonrisas cuando crecen las idas y venidas al baño o a las máquinas expendedoras de bebidas para olvidar el mal trago.  Solo encuentra a una persona que no se ciñe a ese silogismo: un chico joven ríe a carcajadas mientras se mira en la pantalla de un móvil, pero en realidad se han cruzado, él hacia la puerta de embarque 71, el “rara avis” en sentido contrario. Por un momento cree vislumbrar que lleva bajo el brazo “Rayuela”
Consigue conectarse a la wifi  de Aena después de tres intentos y de haber dado tres bocados a la tortilla de la abuela que le sabe a gloria después de las seis horas de ayuno.  La llama y cuando cuelga, descubre que Ana no está operativa. Solo sale una raya y se pregunta, no por ese orden, si seguirá enfadada, si habrá apagado el móvil para no saber o si simplemente se le habrá acabado la batería. 
En realidad no le ha dado tiempo a pensar en la situación que deja atrás y además no ha querido hacerlo. Las tres personas con las que ha compartido el coche hasta Madrid eran muy habladoras y un tanto entrometidas. Ha intentado hacerse el dormido para no contestar al interrogatorio fuera de lugar al que estaba siendo sometido desde que iniciaron el viaje pero al final ha tenido que sucumbir,  escuchar y contestar a lo de siempre: es que no hay trabajo, que son la generación más preparada y peor aprovechada de la historia, que qué valiente es, que no hay derecho…
Cuando por fin han llegado al aeropuerto no ha tenido más remedio que agregar sus contactos al Facebook. Que subiera fotos, le dijeron antes de separarse para siempre.

31 de mayo, 12:15  PM
Decide no levantarse cuando nota el bullicio de cuerpos amontonándose en la fila frente al mostrador. Sabe que siempre lo intenta, esperar hasta el último momento y nunca lo consigue. Pero hoy casi lo logra: hace cinco minutos que el bendito “en línea” ha aparecido debajo del nombre de Ana y después ha perdido casi sesenta segundos en decidir si llamarla o simplemente escribir ese mensaje al que tantas vueltas lleva dando y que también se ha bifurcado entre escribir un escueto “lo siento” junto a los íconos de siempre o compartir en la distancia todo aquello que no se atrevió a decir la noche de antes. Al final la nostalgia del tono con que pronuncia las “eses” ha hecho que prefiriera su voz aunque en el mismo momento en que su dedo se desliza por la pantalla haya sabido que era un error del que se arrepentirá en la soledad hacia la que está a punto de viajar.
Cree que ella se ha alegrado de oírlo. Por lo menos no ha titubeado en las frases hechas ni ha reído quedamente en las fórmulas manidas de disculpa que él se ha empeñado en hacer suyas. Luego el “tengoquedejartehaempezadoelembarque” se ha deslizado sobre un “tequiero” y lo ha engullido hasta desdibujarlo por completo.
Ahora sí se levanta. Otra vez más ha fracasado en su intento de ser el último de la fila. La señora tras la que se coloca comenta en voz alta que ya hay retraso y que vaya tela con la compañía aérea con lo que cobran. Tiene el pelo gris y va vestida con una blusa también gris y unas mallas negras. Él asiente y ratifica: “a ver si no puedo coger el enlace”


Clotilde percibe la angustia de Andrés y cree verse en sus ojos pero no está segura. Aún así le pregunta a dónde va sin tener ninguna curiosidad por saber de dónde viene.
- Uganda
 Cuando lo dice en voz alta comprende que su abuela no quisiera decir el nombre, que Ana lo haya dejado y que quizás seguir siendo el mismo al levantarse del asiento para hacer cola sea lo único que podía haber hecho en esas circunstancias.
- ¿Vas a fotografiar gorilas?
- No, en realidad voy a buscar una niebla.

Clotilde le alisa el flequillo. A saber. 

lunes, 15 de abril de 2019

Paisaje de Malva



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Bueno, me encanta escribir en este blog que nadie lee. Cuando comencé a hacerlo ni me podía imaginar que años después publicaría un libro. Ya sé que es una novela chiquitita. El paso de un manuscrito en un cajón a ver su título en las redes cuando lo tecleas no ha cambiado para nada su importancia. Sigue siendo una novela chiquitita pero es la mía.
Paisaje de Malva es mi novela en todos los sentidos. Cuando la comencé a escribir quería simplemente relatar el pasado  de un Manuel, mi padre condenado al Alzheimer, para que nunca se perdiera la memoria de sus días vividos durante un tiempo que hizo que seamos lo que somos. Para que no habitara su olvido.
Luego Malva se metió entre las páginas pisando fuerte y tuve que idear a un Andrés, a un Tomás y a un Claudio. Me di cuenta de que tampoco quería que habitara el mío. 
Y ahí todo se mezcló.
Y me salieron doscientas páginas.
Las que, si algún día pasaras por aquí y te detuvieras a leerme, me gustaría compartir contigo.
Seguramente ya no estará en catálogo cuando lo hagas pero seguro que, si aun vivo, sí seguirán en el cajón que he comprado para los ejemplares no vendidos. Es cuestión de silbar. 






miércoles, 6 de febrero de 2019

TRAYECTO 2


Requebrar tu aliento entre los labios me salvaría
si el agua que cae se acunara junto a él 
en esta tarde de invierno.

Hoy he pateado las calles buscando escaparates donde lamer la soledad
pero los vidrios se iban negando entre botines de ante y saldos a un euro
(una niña sorteaba las hojas mientras los semáforos tejían telas silenciosas)
 y he recordado el amor que nos recorría de vez en cuando,
de cinco a siete y los fines de semana 
(salvo el domingo que siempre era triste)
He vuelto a pensar que tu aliento bajo el agua me salvaría.
Luego he caminado hacia casa por los adoquines de la ciudad vieja
sin pisar las rayas blancas,
buscando las negras, 
para pincelarlas con la punta de mis pies.
(los hombros que se cruzan conmigo no sostienen ojos que me miren)
y he estudiado atentamente el fondo cenagoso de los charcos.

Cuando nos amábamos no creo que hubiera charcos que pisar.
Si los había, eran estanques donde rozar nuestros tobillos
como hubiéramos hecho en la playa dorada que nunca contemplamos.
Nos bastaban las balsas por un instante y pronto las olvidábamos entre besos,
después de que me hubieras quitado el pañuelo de flores y
me cogieras de la mano para correr un poco más hacia la plaza.
“Un poco más, solo un poco” 
y nos reíamos.

Entonces no buscaba todavía tu aliento bajo el agua,
me bastaban tu saliva entre los labios y el roce de tus dedos en la nuca
para creerme ser feliz.
 Volver a requebrarlo sería mi salvación en esta tarde de invierno
pero ha dejado de llover y la sequedad de mi casa no permite milagros.







lunes, 4 de febrero de 2019

TRAYECTO 1


Recojo tu corazón como en un cuenco,
mientras los árboles rasguñan el cristal
y tu pie roza la pantorrilla equivocada.

En el asiento delantero, dos vidas sin mirarse, observan en la misma dirección.
No funciona la radio       
(no importa mucho si lo que oyes no es lo que habías deseado)

En el trasero, el asiento que nadie quiere,
alguien gime un poco, solo lo necesario,
y luego recorre con su aliento el horizonte,
un horizonte que se acompasa con tu respiración.

 Ya no hay cuenco en el que recoger tu corazón:
se ha hecho astillas mientras acudes en socorro de los que lloran.

Mis lágrimas y mi amor ya no te importan
y eso está bien.
Siempre odié las consecuencias.