miércoles, 6 de febrero de 2019

TRAYECTO 2


Requebrar tu aliento entre los labios me salvaría
si el agua que cae se acunara junto a él 
en esta tarde de invierno.

Hoy he pateado las calles buscando escaparates donde lamer la soledad
pero los vidrios se iban negando entre botines de ante y saldos a un euro
(una niña sorteaba las hojas mientras los semáforos tejían telas silenciosas)
 y he recordado el amor que nos recorría de vez en cuando,
de cinco a siete y los fines de semana 
(salvo el domingo que siempre era triste)
He vuelto a pensar que tu aliento bajo el agua me salvaría.
Luego he caminado hacia casa por los adoquines de la ciudad vieja
sin pisar las rayas blancas,
buscando las negras, 
para pincelarlas con la punta de mis pies.
(los hombros que se cruzan conmigo no sostienen ojos que me miren)
y he estudiado atentamente el fondo cenagoso de los charcos.

Cuando nos amábamos no creo que hubiera charcos que pisar.
Si los había, eran estanques donde rozar nuestros tobillos
como hubiéramos hecho en la playa dorada que nunca contemplamos.
Nos bastaban las balsas por un instante y pronto las olvidábamos entre besos,
después de que me hubieras quitado el pañuelo de flores y
me cogieras de la mano para correr un poco más hacia la plaza.
“Un poco más, solo un poco” 
y nos reíamos.

Entonces no buscaba todavía tu aliento bajo el agua,
me bastaban tu saliva entre los labios y el roce de tus dedos en la nuca
para creerme ser feliz.
 Volver a requebrarlo sería mi salvación en esta tarde de invierno
pero ha dejado de llover y la sequedad de mi casa no permite milagros.







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