Recojo tu
corazón como en un cuenco,
mientras los
árboles rasguñan el cristal
y tu pie
roza la pantorrilla equivocada.
En el
asiento delantero, dos vidas sin mirarse, observan en la misma dirección.
No funciona la radio
(no importa
mucho si lo que oyes no es lo que habías deseado)
En el
trasero, el asiento que nadie quiere,
alguien
gime un poco, solo lo necesario,
y luego
recorre con su aliento el horizonte,
un
horizonte que se acompasa con tu respiración.
Ya no hay cuenco en el que recoger tu corazón:
se ha hecho
astillas mientras acudes en socorro de los que lloran.
Mis
lágrimas y mi amor ya no te importan
y eso está
bien.
Siempre
odié las consecuencias.
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