A las
once en punto de cada noche miro hacia el cielo.
Creo que
debe ser el instante en que descalzas tu ser
y
acaricias, a través del cristal sobre la plaza,
los restos de la batalla que han perdido los que dormitan en ella.
los restos de la batalla que han perdido los que dormitan en ella.
Imagino
que has recorrido una línea que traspasa instantes
con ese
olor dulce de las tardes de otoño,
y
has andado por las esquinas como quien no quiere doblarlas y las dobla.
En ese
momento ya no hay música que me haga observar los pájaros del jardín.
Cocino,
leo, me confieso ante el espejo, oigo las noticias;
a veces
paso un paño incólume sobre las pocas pertenencias que te huelen
y casi
olvido.
Porque el
olvido es necesario para no morir.
A las
once en punto vuelvo a mirar hacia el cielo.
Imagino
que la ciudad te ha retenido
y que te
arropa y te acuna en su vientre,
que no ha
permitido tu ausencia,
que ha anillado tu tobillo izquierdo a su piel.
Entonces
sueño que añoras y no quiero que lo hagas.
Prefiero
que cocines, leas, te confieses ante otro espejo,
oigas las
nuevas, ames,
pases
otro paño invulnerable sobre las pocas pertenencias que me huelen
y casi
olvides,
que crezcas sin mí a pesar mía,
que no vuelvan a hacerte daño
que olvides.
que crezcas sin mí a pesar mía,
que no vuelvan a hacerte daño
que olvides.
Porque
el olvido es necesario para no morir.
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