sábado, 13 de febrero de 2016


Hay veces que mi patio se convierte en hueco.
Noto su metarmofosis cuando los rayos de luz llegan al peldaño que hace tres.

Si es uno, detrás de las ventanas las cortinas,tras esos rayos,
 recorren la mesa del pan
y se hacen alas sobre la encimera.

Entonces no hay pájaros,
se esconden bajo sus alas y la radio comienza un tintineo.

Si han subido al dos, escucho como nuestro país juega al ajedrez con casilllas blancas y negras.

Lo olvido.

Bastante tengo con respirar.

Respirar bajo este telón de fondo es casi imposible
cuando las ondas olvidan que somos muchos los que quisimos buscar la bocanada de aire
antes de morir.

Pero son tres y mi patio se hace hueco.

Los pájaros esperan poder volar.

Y yo me deshago entre esa sensación de haber podido llegar sin hacerlo
y esa sonrisa de mi amado que me recorre desde el vientre hasta la arista de mi seno.
Esa arista que se recubre, pudorosa, cuando descubre que no hay hueco en el que anidar.

Pero los pájaros vuelven.

Y en un segundo, mi patio es un oasis y yo dejo de oír los cantos que me acunan hacia lo que será.

Tantas alas aleteando sobre los adoquines no puede ser un ocaso.

Quizás un amanecer pero no estoy segura.

Por eso, cierro una vez más los postigos.

Desde mi ventana ahora solo se puede ver el engaño del mar.


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